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martes, 24 de septiembre de 2019

Capítulo VIII-5ª Parte




CAPITULO VIII.
Quinta parte:
Últimos Recuerdos. Despedidas y Final.


1. La Docencia Universitaria en los años 90. Las prácticas y las clases.
Los titulares, que a la sazón éramos solo dos (Prof. Macias y yo mismo) dábamos también y en la misma forma que los asociados, prácticas llamadas de despacho. Consistían en que cada día dos alumnos se sentaban al lado nuestro participando; es un decir, en la consulta. Hay que tener en cuenta que además de los dos alumnos, estaba a nuestro lado el MIR ( a veces dos) Yo colocaba a los alumnos un poco aparte en dos silloncitos más bajos y así delante del enfermos solo estábamos el MIR y yo. Madrigal sin embargo colocaba a todos a su mismo nivel, y no podía hacerlo de otra forma dada las disposición espacial de su despacho, lo cual, desde luego resultaba bastante penoso para el paciente, que se enfrentaba ante cuatro o cinco personas. Yo decía a veces que parecía un tribunal. 
Quedaba al arbitrio de cada uno cuanto se les explicaba y cómo. Yo les entregaba al principio de la práctica la documentación clínica habitual que además de la historia comprendía diversos inventarios o pruebas que escogía entre los más habituales o sencillos, explicando siempre que no servían de nada si no se estaba entrenado en su aplicación. Luego les dejaba leer la historia clínica del paciente o mejor los informes de alta anteriores si se trataba de un paciente reingreso. Advertía la normativa básica: que estuvieran callados y atentos y que las preguntas que se les ocurriera hacia el paciente o hacia mí las reservaran para el momento apropiado, cuando yo lo indicase. Es lo mismo que exigía al residente. Una practica fatal, que sé ocurría en otras consultas pues me lo relataban los propios MIR, consistía en lo que yo llamaba fuego graneado; es decir que desordenadamente preguntáramos uno u otro al paciente sin orden ni concierto. Si el MIR llevaba algún tiempo conmigo generalmente le animaba a que comenzara él el dialogo indicándole el tipo de preguntas o exploración que debía hacer mientras yo callaba. Después completaba yo, o profundizaba yo en la patología central del paciente. Por ultimo pedía a los alumnos que preguntaran algo si lo deseaban lo cual en general rehusaban hacer salvo algún tipo inteligente y activo a quien a veces tenia que hacer callar para que no marearan al paciente. Algunos casos o temas los excluía de las prácticas por razones obvias de confidencialidad o por el tipo de síntomas. En algunos casos excepcionales incluso excluía al MIR y exploraba yo solo, pero ello era sumamente raro. Es preciso añadir sin embargo que los alumnos, que como decía, solían ser dos, cambaban cada dos días; pues no había días ni profesores para más, así que apenas recibían una visión anecdótica de lo que era una consulta psiquiátrica y yo creo que no conseguían entender la cuestión central del asunto: que bajo la apariencia de una conversación informal se exploraban diversas funciones que el psiquiatra tenia en su estructurada cabeza donde iba anotando, orientación, contacto, emocionalidad, estado de animo etc. Con frecuencia tenía clases, o guardia o cualesquiera otra reunión en cuyo caso era el MIR quien presentaba la práctica y atendía a los alumnos y a los pacientes. En todo caso siempre después hablábamos sobre los casos y resolvíamos como se debiera. La clase en el primer periodo, antes de la reforma del curriculum se daba de 12,30 a 13,30, pero después de la reforma, cuando se hizo cuatrimestral era clase diaria, pero alterna a cada uno de los dos grupos y en horario de 9 a 10, que era un horario cómodo que me impedía sin embargo asistir a la reunión de hospitalización de las 8,30, lo que muchas veces vivía más bien con alivio.
A partir del curso 2003/04. en medicina efectivamente se implantó un nuevo curriculum de la licenciatura, con la reducción a la mitad de los créditos teóricos de la psiquiatría y su conversión en cuatrimestral, siempre en aquellos años impartida en el primer cuatrimestre. (De Octubre a Febrero). Simultáneamente exigió la nueva normativa la impartición de 10 seminarios a cada uno de los 5 pequeños grupos en que se dividió el curso de unos 120 alumnos y que debíamos presentar los numerarios por lo que el Dr. Macias y yo renunciamos a impartir también practicas de despacho, lo que supuso, para mi un importante alivio de trabajo al posibilitar más flexibilidad horaria en la unidad de hospitalización.
Así el Prof. Conde. Prof. Macias, profra. N. Jimeno y yo presentábamos de 13, 30 a 14,30 un seminario un día fijo de la semana que se completaba con la sesión clínica general del departamento que se celebraba los miércoles, con lo que se cubrían los 4 seminarios preceptivos semanales.
Los seminarios consistían en la presentación de un caso clínico seleccionado. Yo recordaba los de Erbslöh y la costumbre alemana por la que cada lección o enfermedad se explicaba siempre apropósito de un caso clínico, como también hacían nuestros maestros clásicos, como Enriquez Salamanca, o Jiménez Diaz o Marañón. En el “antiguo régimen” se presentaba siempre un enfermo real; es decir de carne y hueso, como hacía Erbslöh y también Villacián y Lopez Ibor según he referido. Ello, sin embargo, dejó poco a poco de ser posible por diversas causas. En primer lugar por la falta de enfermos que presentaran la patología que se requería explicar y en el momento preciso. Los antiguos profesores, sin embargo y recuerdo ahora a Garcia Conde, mi profesor de Patología Medica, entendían que no tenían que explicar todo el programa si no unas lecciones escogidas y que el alumno con sus libros habría de estudiar el resto. Esta posición se aceptó cada vez menos. Los alumnos, sobre todo a partir de la implantación del Sistema Mir comenzaron a estudiar solamente por los apuntes tomados en clase. Algunas veces solicitaban al propio profesor que les entregara sus propios guiones, diapositivas o material. Esperaban o exigían que se explicara todo el programa o que no entraran las lecciones o temas que no habían sido explicados, impugnado en caso contrario los exámenes. Se establecieron reuniones institucionales de curso con los representantes de los alumnos y el jefe de estudios se encargaba de coordinar todo y también de dar la mayor parte de las veces la razón a los alumnos. La presentación, por fin de enfermos en vivo contó como ultima dificultad la confidencialidad; es decir la frecuente negativa del paciente a aceptar su presentación en la práctica, claro está, que era muy distinto la presencia de alumnos en la practica de despacho que la presentación en sesión clínica con unos 20 o treinta personas presentes y también que era muy distinta la psiquiatría respecto otras especialidades.
Viví parcialmente el intento de clases integradas consistentes en la explicación integrada o simultanea órgano por órgano de la estructura (anatomía e histología) la función, la patología y los procedimientos de exploración. Se intentó sobre todo en las asignaturas preclínicas y puede decirse que constituyó un fracaso absoluto en el que todos se mostraron insatisfechos y que en parte degeneró en un caos.
Así que a pesar de todos los intentos siguieron explicándose dos o más veces los mismos temas; por ejemplo en nuestro caso los neurolépticos en farmacología y en psiquiatría clínica.
Los sucesivos planes de estudio además exigían cada vez más horas de enseñanza práctica hasta que en los últimos años se igualaron. Así la psiquiatría clínica obtuvo cuatro créditos teóricos y otros tantos prácticos. Empero muchos profesores tenían grandes dificultades para dar una clase practica y seguían aprovechando esas horas practicas para clases a secas lo que originaba siempre las correspondientes protestas. Yo no tenía problemas: Una clase práctica consistía en presentar casos clínicos ejemplarizando en ellos la doctrina. Yo utilizaba siempre los informes de alta pues retiraba casi siempre una copia de los mismos precisamente para utilizarlos en las clases. 
Yo tenía todas mis lecciones y conferencias en guiones en papel cuadriculado que guardaba en carpetas de anillas. Explicaba con el encerado tradicional echándole de menos cuando no lo tenía o tenia que utilizar ese maldito soporte del cartón satinado y los rotuladores que en él siempre estaban secos y que se borraban mal.
En el año 2004, me parece siendo decano el Prof. Santiago Rodríguez se dotó a todas las aulas de cañones de proyección a partir de ordenador y casi todos los profesores, al menos los jóvenes incluida mi hija, llevaban a clase su archivador masivo o pen drive con las diapositivas electrónicas power point con las inmensas ventajas de la escasa ocupación de espacio y la facilidad para reescribirlas y mejorarlas en cada momento. Fueron cambios decisivos.

2. Cambios y sucesos en la planta de ingresos 11 N.
Incendio. Estando de guardia la Dra. C. Ballesteros y como MIR el Dr. Salvador Porras el 29 de Octubre de 1983 por la tarde ocurrió el peor percance que sufrió la unidad 11N. Un enfermo paranoico (y no simplemente paranoide) se parapetó dentro de su habitación y la prendió fuego. La circunstancia de que las puertas de las habitaciones se abrían hacia dentro dificultó enormemente abrir la puerta y reducir al paciente que sufrió graves quemaduras. Hubo que evacuar la unidad y ya no recuerdo si en ese momento o al día siguiente tuvimos que trasladarnos todos perentoriamente a otra sala que estaba afortunadamente vacía pues la nuestra medio quemada y devastada por el humo y los bomberos había quedado inutilizada. Aproximadamente un mes tuvimos que trabajar en otra sala en la que estábamos más estrechos todavía y sobre todo las medidas de seguridad nos parecían más inciertas. Hubo que evacuar al paciente a la unidad de grandes quemados de Madrid y allí falleció unos días después. No hubo ningún otro lesionada y los pacientes, como suele suceder en estos casos se portaron admirable e inteligentemente reuniéndose todos en un despacho de las consultas en orden total según referencia verbal del Dr. Porras. 
Una de las reformas más importantes en la rehabilitación de la unidad consistió en disponer que las puertas de todas las habitaciones se abrieran hacia fuera y que no pudieran bloquearse desde dentro. Esta medida realmente debería ser normal inicial en todas las unidades de psiquiatría pero no nosotros no nos habíamos dado cuenta de ello.
Otras dos veces me parece que en total tuvimos que cambiar de sala por reformas. La ultima me parece que en 1999 con ocasión de instalar aire acondicionado en la sala. Era muy necesario pues siendo la construcción de hierro y ladrillo y teniendo la sala la orientación norte-sur un ala se calentaba por la mañana y la otra, especialmente la otra, por la tarde. La apertura solo parcial en rendija de las ventanas necesario por seguridad, impedía una ventilación adecuada. Los despachos estaban situados en el lado de levante (Veía amanecer casi todos los días del año desde mi despacho apareciendo el sol tras las colinas de Cabezón y las brumas de las antiguas fábricas de Nicas)
Con las últimas obras se logró ampliar el único comedor sala de estar que adquirió una forma en L. Unas ingeniosas mesas nuevas podían disponerse formando mesas grandes de asientos en hilera o bien mesas pequeñas de cuatro o de seis. Tenían la forma de unas de esas ingeniosas teselas de los dibujos de Escher; por lo menos así me lo parecía a mí.
A lo largo de los últimos años se instaló también el circuito cerrado de televisión dirigido al cuarto de aislamiento y a la puerta.
Agresiones. Por chiripa no sufrimos agresiones con consecuencias graves desde su apertura hasta el momento en que yo la abandoné., pero sí varias de tipo más leve que sufrieron más bien las enfermeras. Rasguños, torceduras de una muñeca; un médico llevó un golpe cerca de un ojo. A mí un familiar de un paciente en el pasillo intentó tirarme al suelo. El Prof. Conde me ayudó valientemente en este trance sujetando al agresor y consiguiendo que se calmara y abandonara la presa que había hecho en mi cuello. Cuenta por ello con mi mejor agradecimiento que creo materialicé impidiendo que en otra ocasión cayera al suelo desde la tarima de una clase al dar él un traspiés. 
Suicidios. Desde luego se han publicado a lo largo de estos años diversos estudios sobre movimientos de enfermos y otros datos de la sala. Yo escribo aquí solamente desde el recuerdo. Sé que es una de las unidades de agudos que ha tenido menos suicidios consumados desde dentro de la sala. Recuerdo una mujer joven que parecía más bien un caso de histeria y que en la habitación de aislamiento se ahorcó haciendo jirones de su bata y colgándose del asidero de la ventana. Tuvo que flexionar las rodillas pues el asidero estaba situado muy bajo. No sé como pudo conseguirlo. Me parece que a partir de este caso se instaló el circuito cerrado de televisión. Otro se colgó del grifo de la ducha; desde entonces los grifos tienen tal forma que no puede asirse a ellos nada. Un par de casos más se suicidaron escapándose de la sala y precipitándose desde la ventana del piso inferior o bien, una mujer que perdió una pierna, arrojándose por el terrible hueco de una de las escaleras que en vertical y sin obstáculos descendía los 14 pisos del Hospital. Yo siempre imaginaba que allí podría colgar un péndulo de Foucault. La petición reiterada casi todos los años de que se instalaran unas redes rompiendo el vano cada dos pisos no fue atendida nunca. Una medida tan barata y eficaz ¡!! En todo caso la paciente que perdió la pierna quedó prendida un par de pisos mas abajo, seguramente porque el hueco era de pequeña superficie. Así los suicidios en la planta me parece que se cuentan con los dedos de una sola mano.
Fallecimientos. También los fallecimientos en la unidad fueron muy poco frecuentes. Aproximadamente uno por año. Claro está que pacientes graves somáticamente se trasladaban a salas de otras especialidades cuando su situación lo requería.

3. Pacientes memorables. Ya puede comprender quien lea estas memorias que podría describir cientos de casos interesantes desde distintos puntos de vista y no acabar nunca. Estoy escribiendo anécdotas y no puntuarios científicos. Así pues vayan algunos pacientes singulares.
Caso 1. Sea el primero un hombre de media edad que vivía en relación afectiva simbiótica con su madre. Ingresaba con cierta frecuencia por diarreas incontrolables para las que no se pudo encontrar ningún factor somático. Era un hombre callado. Tímido al extremo, pero no esquizoide ni psicótico. Gustaba de pasear por los jardines de la ciudad y sobre todo contemplar cómo se derribaban árboles. En una ocasión ingresó depresivo porque no había podido o no se había enterado a tiempo del derribo de unos árboles en la ciudad. Con los años su madre enfermó de Parkinson y pronto presentó también su hijo el mismo temblor. No se encontró organicidad alguna. Falleció la madre y el hijo tuvo que ingresar sumido en profunda depresión que no cedió con nada. Permaneció ingresado durante meses y volvió a presentar diarreas agudas incoercibles que acabaron con su vida. Presentamos el caso varias veces en sesión clínica y acabamos diagnosticándole con la ayuda del Prof. Rubio, como de Parkinson psicógeno y diarreas psicosomáticas terminando con una muerte también psicosomática; o sea por no querer vivir o de pena según quiera decirse.
Caso 2. Al caso siguiente le llamamos el muerto viviente o el interno del campo de concentración. Ingresó desde la calle donde malvivia. Autista, sucio, incomunicable, parecía comer normalmente y sin embargo adelgazaba cada día más. Se supuso que tenía un síndrome de mal absorción que nunca se comprobó fehacientemente. Durante meses vagaba por la unidad como un espectro, Tenía obediencia automática y bastaba empujarle suavemente para que recorriera todo el pasillo. No pudimos trasladarle a ningún otro lugar, pues no cuadraban sus síntomas con nada y en la unidad de rehabilitación situada y dependiente del Hospital Dr. Villacian aceptaban solo enfermos rehabilitables según su criterio. Falleció sin que supiéramos nunca porqué.
Caso 3. Un psicótico crónico procedente de un cierto nivel social durante años y durante largos meses que duraban sus ingresos me perturbó terriblemente. Tenía una tremenda inquietud motora y mientras pasaba yo consulta entraba una y otra vez en mi despacho y sin llamar gritando y amenazando aunque nunca agredió. Los días que estaba peor había que recluirlo en aislamiento lo que siempre vivían los enfermos como castigo. Junto con otros pacientes que consignamos en una lista de “crónicos de mala evolución” intentábamos una y otra vez trasladarlos a la unidad de rehabilitación donde de tarde en tarde había alguna vacante para nosotros.
Caso 4. Creo que todos acabamos llamando enfermo estrella a un mocetón de un pueblo a con un fondo de persona y personalidad de buen hombre, pero afecto de un trastorno bipolar que producía incoercibles fases maniacas que se prolongaban meses y meses y que eran reacias a veces a todo tratamiento. Ingresaba con tremenda frecuencia y permanecía largas semanas dando voces, portazos, levantándose por la noche, mojando la cama y el resto de la sala. A pesar de todo rara vez era necesario meterlo en aislamiento. Conocíamos bien sus limites y lo aguantábamos armados de paciencia. Cuando se pasaba la fase o entraba en ligera depresión casi nos daba pena, pues él mismo decía: “ahora ya no soy nadie” o algo parecido. Le trataba Madrigal. Como es común en los maniacos nos hacia frecuentes regalos intranscendentes; los periódicos, una estampita, caramelos que yo le comentaba que si eran buenos y al decir que sí, contestaba que no los quería pues para comprobar si estaban buenos es que ya los había chupado. El se reía. Era un maniaco con quien se podía uno permitirse alguna broma. Fumaba cigarrillos de dos en dos o de tres en tres y yo le regalaba todos los puros de bodas y banquetes que yo no fumaba. Lo agradecía infinito aunque no tenia necesidad de pedir nada pues procedía de una familia rural pero bien situada y lo visitaban familiares frecuentemente. Unos días le daba por decir que se iba a casar con una residente, siempre la más guapa, claro está, o que iba a fundar un sanatorio. Como ayudaba a dar las comidas al meter y sacar los carros o acarrear la ropa para lo que se le dejaba salir de la unidad, decía que era un empleado del centro y no quería que lo llamáramos paciente. Desde luego también a veces estaba irritable y difícil. Aguantaba dosis masivas de toda clase de medicamentos y no respondía ni a litios ni carbamacepinas, ni nada de nada. Creo que sentía tenerse que marchar de alta cuando estaba un poco mejor. No había problemas: fácilmente abandonaba la medicación y volvía a ingresar a las pocas semanas o días. Este caso ejemplarizaba el gravísimo defecto social que producen los trastornos bipolares al que no se le ha prestado suficiente atención. S.S. que así se llamaba, habría estado destinado a ser un rico labrador pero por su enfermedad, claramente familiar-hereditaria en este caso, se convirtió en un inválido social. Sin embargo los jueces no aceptaban su incapacitación, pues en la conversación o exploración era capaz de contenerse, no mantenía delirios y parecía que solo psiquiatras y familiares comprendían su enfermedad. Tampoco se pudo convencer a los responsables de las unidades de rehabilitación o residenciales que era un enfermo crónico y grave por lo que pedíamos su traslado. Nunca nos hicieron caso y así seguía con nosotros permaneciendo muchos más días ingresado que en su casa.
Caso 5. Más sangrante fue el caso de una gitanilla adolescente al principio pero que fue haciéndose mayor y que un año contabilizó más de doscientos cincuenta días ingresada pero que a pesar de todo entraba y salía con frecuencia. Como menor de edad y como ingreso forzoso después, a cada ingreso tenia que visitarla el juez con el consiguiente papeleo que teníamos que llevar escrupulosisimamente.
Efectivamente, por exigencias constitucionales hubo que abolir los decretos del año 31 que regulaban el ingreso forzoso de pacientes psiquiátricos. Ahora debían todos los casos ser comunicados en 24 horas al juzgado (los juzgados se turnaban para este menester) Y el juez, en general acompañado por el forense, o un psicólogo y una secretaria tenia que visitarlos personalmente en el Hospital. Total que ya por ello este caso nos daba un tremendo trabajo.
¿Y que la pasaba a la paciente? Pues en descripción vulgar: desde una muy leve subnormalidad ( según se repetía desde niña pero en la que nunca creímos, pues eran frecuentes estos diagnósticos para conseguir ayudas socioeconómicas en lo cual eran los gitanos expertos ) crisis de gritos, llantos, pataletas y agitación acompañadas con puñetazos, patadas e insultos que producían la impresión de meras rabietas infantiles, pero inusitadamente frecuentes y graves y que la familia ya no soportaba por lo que nos la traía a ingresar en cuanto las presentaba. Tampoco hubo manera de trasladar a ningún centro psicoeducativo. Esperábamos su ingreso con horror y resignación. Creo que después de marchar yo se ha conseguido trasladarla para estancias más o menos permanentes al Hospital Psiquiátrico de San Luis de Palencia. Un hospital privado de las hermanas hospitalarias. Nunca he comprendido, o mejor dicho aceptado, que los centros públicos no aceptaran este tipo de pacientes – los más graves y difíciles socialmente – que al fin y bajo altas tarifas aceptaba la Junta de C. y L. ingresar en centros privados. Existían varios casos de este tipo. Podría haber cuadrado en este caso el famoso trastorno de control de impulsos; pero este nombre jamás me gustó por no quedar claro si se trataba de no poder o no querer controlarse entre otras deficiencias doctrinales. 
Caso 6. Otro caso inolvidable fue aquel Síndrome de Peter Pan. Una chiquita que ya frisaba los 30 años pero que se negó a crecer y quiso continuar siendo niña. Vestía zapatillas con pon pon y muñecos de colorines. Trajecitos a juego. Voz lastimera atiplada e infantil. Gestos de niño de libro que se enfada por nimiedaes y sobre todo se empeñaba en continuar asistiendo a escuelas y colegios lo que consiguió durante muchos años contando también con centros especiales. No era subnormal, ni mucho menos. Fabricaba vestiditos y primores para las muñecas. Siempre llevaba alguna o algún peluche consigo. De vez en cuando se escapaba de casa y aparecía en Madrid sentada en un banco de un parque o en el bordillo de una acera como perdida, donde la recogían los guardias municipales. La familia y todos nosotros acabamos aceptando que era una niña eterna. Dejamos de intentar que abandonara aquellos hábitos y formas. Ingresaba de vez en cuando con ocasión de alguna travesura. La familia también estaba de acuerdo en aceptar la situación; parecían incluso no solo resignados si no contentos con ello. Solía atenderla el Dr. Madrigal, pero en una ocasión en que por su ausencia tuve que atenderla yo, la familia, el padre, se enfadó conmigo, porque hice algún atisbo de enfrentar a la paciente con su situación y con la posibilidad de hacerse adulta. La presentamos varias veces en sesiones clínicas. Todos la conocíamos. ¡Ah! También se empeñó en cambiar de nombre y producía llantinas y rabietas si se la llamaba por su nombre verdadero y no por el que ella había escogido. El síndrome está recogido en los libros pero yo es el único caso del mismo que he visto.
Caso 7. Uno de los primeros casos de psicosis toxicas graves producidas seguramente por ácido ( LSD) o sus mezclas era un hombre joven de aspecto imponente y amenazador con quien fue imposible empatizar. Decía que era ZEUS y que podía volar ( típico de las psicosis toxicas) y lo mantenía incluso fuera de las situaciones de intoxicación aguda con lo que aprendimos aquello que los americanos llamaban flash back, pero que para mi era simplemente que se había desencadenado una psicosis con algunas de las características de las endógenas. Si se le contradecía o trataba de llevar a un atisbo de realidad se ponía tremendamente agresivo. Aprendimos en este caso diferenciar muy bien el delirio esquizofrénico, del paranoide y del toxico. Al fin lo decisivo eran imponderables indescriptibles y la nariz clínica lo que te daba la clave y rara vez me equivocaba. Zeus un día en su casa se tiró por la ventana y murió después de estar unos días en la UVI.
Caso 8. Casi recuerdo mejor casos de los primero tiempos que de los últimos. Seguramente porque tenía la memoria más fresca pero también porque la inmensa riqueza clínica de la unidad de agudos de una gran ciudad en la que trabajaba por vez primera suscitaba todo mi interés medico que desde luego fue decayendo después. Recuerdo ahora a un paciente de media edad H.H. que ingresaba con frecuencia y otras veces se sentaba delante de la puerta de la unidad llorando sin parar para que lo ingresáramos. Era un obsesivo gravísimo que sufría terriblemente. Yo solamente en Valdecilla había visto un caso parecido a quien el Dr. Aldama trató con una lobotomía con lo que mejoró bastante. Así que este caso, que no mejoraba con nada lo remitimos a neurocirugía de Valladolid y de Madrid con nuestros largos informes. Estaba yo convencido de que podría mejorar con una topectomia unilateral, pero la psicocirugia había caído en descrédito, como otros tantos tratamientos, victima de las modas los tópicos y los prejuicios, por lo que el paciente acabó, como era de esperar suicidándose en su domicilio.
Caso 9. Muchos casos puramente funcionales pero graves nos hacían sonreír sin poderlo remediar. Como aquel hombrón que vivía a costa de suscitar compasión de sus hermanas y de otras mujeres, que no era capaz de clavar un clavo y que siempre encontraba acomodo. Era también dificilísimo evitar que ingresara o darle de alta al día siguiente pues toda atención positiva se convertía en refuerzo que agravaba sus síntomas. No se podía tomar a broma. En una ocasión en forma de un intento de suicidio (funcional y simulado) produjo una terrible explosión de gas que le produjo quemaduras y casi derribó la casa donde vivía en un pueblo.
O aquel otro que afecto de una depresión tras su divorcio corría por el pasillo de la unidad con las manos cubriéndose los ojos y gritando estentoreamente “no veo; no veo”
Caso 10. Otra paciente estrella que ingresaba cuando la daba la gana por el procedimiento de agitarse, gritar y romper cosas en urgencias cuando deseaba hacerlo, era una antigua consumidora de tóxicos, vivía sola aunque tenía una hija mayor. En la frente tenia marcado ese lunar indio que se había tatuado durante su vida errática de juventud y que ahora no conseguía borrar, ni con cirugía estética. Refería unos episodios alucinósicos de posesión y violación de los que culpaba, además en delirio, a un medico que la había tratado en su día. Cursaba como esquizofrénica pero yo siempre pensé que se trataba de episodios funcionales sobre imágenes hipnagógicas en su vida en aislamiento y con antecedentes de uso de alucinógenos. Era muy difícil diagnosticar correctamente todo ello, y también era difícil oponerse a diagnósticos inveterados que algunos pacientes parecían llevar ya en su cara. A los dos días o día de ingresar solía pedir el alta voluntaria; así que muchos pacientes de este tipo nos daban mucho trabajo sin que solucionáramos gran cosa porque el núcleo de sus problemas radicaba en su soledad o en su personalidad.
Caso 11. Otros casos ejemplificaban lo que era de verdad el defecto psicótico. El defecto puro de Huber. Un paciente con apellido de familia importante de la ciudad y que había cursado estudios y alcanzado un cierto nivel, vivía solo, casi como pordiosero en una casa propia pero hundida en la suciedad y abandono en la que no obstante no dejaba entrar a nadie. Rechazaba toda ayuda de familiares, programas sociales y cambio de domicilio al mostrarse inviable para un piso protegido, pero venía a ingresar de vez en cuando llorando – cosa rara en un psicótico – y desesperado por no poder controlar su situación y darse cuanta hasta cierto punto de ello. Podía volverse irritable y aun agresivo. Por supuesto no tomaba bien la medicación y bebía de vez en cuando. No hubo posibilidad de incapacitarle o de forzarle a tratamientos salvo alguno que otro ingreso forzoso en situaciones límites.
Nos planteaba el caso el problema de los tratamientos forzosos que solamente eran posibles cuando había mediado algún delito y lo dictaminaba el juez como pena sustitutoria lo cual era frecuente en casos de drogaadicción pero no en otros. No pueden administrarse tratamientos forzosos ambulatorios a pacientes ordinarios lo que constituye una importante carencia asistencial. El asunto se ha debatido muchas veces pero los borradores que he podido ver complican terriblemente la tramitación y seguimiento de los casos, debido al temor excesivo de los jueces y legisladores respecto la posibilidad de abusos. Se trata en mi opinión de un fantasma o fantasía fomentada por películas y novelas, pero de rarísima incidencia en la realidad gracias a la conservación, al menos en España, de una elevada ética profesional de los psiquiatras y médicos en general. Incluso está poco claro si a un paciente incapacitado su mismo tutor puede obligarle a tomar sus medicinas en situación ambulatoria. Con el tiempo nos amenaza; es decir, amenaza a los propios pacientes, sociedad y familia, la posibilidad de que sea preciso el consentimiento informado del paciente en todos los casos. Con ello la psiquiatría como tal desaparecerá o poco menos y los pacientes deambularan por las calles sufriendo ellos y sus familias las consecuencias. Parece, sin embargo, en el momento en que corrijo estas memorias que el asunto se ha olvidado un tanto pendientes los legisladores de otras urgencias. Bueno ya sé que estoy dramatizando un poco.
Caso 12. No olvidaré tampoco una paciente que traté largos años ingresada y ambulatoriamente. Procedente de una familia de alto nivel social y económico y con dotes artísticas vino a la unidad después de fracasos de tratamientos psicoanalíticos y en un estado fatal de agitación psicótica. Yo la diagnostique y traté por vez primera adecuadamente mejorando con vaivenes en muchos años sucesivos. Mi recuerdo está fijado por su figura alta y elegante, paseando por el pasillo de la sala, vestida con un ceñido saco de la basura negro y con una esplendida corona y máscara de cartón pintado que había confeccionado ella misma.
Caso 13. Otra gitana joven, enormemente gruesa debido al tipo de vida que llevaba – casi siempre en la cama o sentada en casa – afecta de una hebefrenia de verdad, presentaba episodios alucinatorios agudos en los que con enorme miedo veía una jirafa que la atacaba. Entonces la traían a ingresar. Apenas hablaba. Apenas se comunicaba por ningún otro medio, salvo a veces por el dibujo. Entraba al despacho cuando quería, por supuesto sin llamar, y se marchaba otra vez cuando la parecía. En su casa sus padres la atendían muy bien pero nunca quisieron llevarla a centros de día o unidades de rehabilitación a pesar de nuestra insistencia. Motivo; como en el caso anterior el enorme miedo de estas familias a que allí presentara algún contacto o conducta sexual que fuera inaceptable para ellos. Estos grupos gitanos efectivamente eran casi todos enormemente puritanos en este aspecto y pertenecían a iglesias evangélicas que en los últimos años hicieron un enorme proselitismo entre ellos. Las liturgias de estas iglesias gustaban mucho con sus cánticos y oraciones en común y recordaban el caso de los afroamericanos con sus diversas iglesias también de exultantes liturgias. La iglesia católica aggiornada perdía sin remedio sus antigua clientela digamos de las clases medias y burguesas; perdía la clientela de los jóvenes más inclinados por espíritu generacional hacia la izquierda y perdía la clientela de los más o menos conservadores o de las clases populares que echaban de menos las pomposas liturgias que eliminaron las sucesivas reformas sobre todo tras el Concilio Vaticano II. Parece que no entendía la jerarquía la importancia psicosociológica de las liturgias, ni el papel de las iglesias allí donde se las acepta. En todo caso estos grupos gitanos escrupulosos cumplidores de “el culto” como ellos lo denominan, se mostraban ejemplares en sus creencias y conductas. Respecto a la familia y a los pacientes podían dar muchas lecciones. Así que aprendí a respetar y apreciar mucho a estas personas. Su agradecimiento era tan profundo como podían serlo sus odios. 
A la vez docenas y docenas de enfermos o personas más o menos normales sobre todo en los últimos años, maleducadas, vociferantes, exigentes, amenazantes ellos y sus familias. La sala, los pasillos y los despachos se llenaban con frecuencia de gritos, exhalaciones, blasfemias y patadas y cuando yo me quejaba en mi casa o en otros lugares de cansancio, a todo el mundo le parecía natural; natural el ruido, y anómalo mi cansancio pues para eso era psiquiatría y debería estar acostumbrado a tratar con locos. Pero yo contaba a quien quisiera escucharme, que la conducta de los enfermos y sus familias había empeorado muchísimo, y que ello derivaba a su vez del empeoramiento general de la conducta y educación de los ciudadanos y de eso que llaman país, antes España. Siempre relataba la educación de los pacientes alemanes incluso cuando estaban muy mal y cómo guardaban las formas aun en el peor momento y cómo al ingresar preguntaban por las normas y costumbres del lugar. Pero es posible también que el cansancio y falta de motivación suficiente fuera realmente debido al paso de los años, la monotonía de los casos y la perdida de interés e iniciativa del departamento en general. O sea que poco a poco estábamos todos quemados como se decía en la jerga al uso y en los estudios más o menos serios sobre este síndrome del quemado frecuente en la sanidad y en la enseñanza.


Claro que al lado de todos estos casos tratábamos mayormente a las infinitos tipos de depresiones, de ansiedades, de conflictos familiares, de alcoholismo y de vez en cuando algún obsesivo compulsivo autentico o problemas orgánico cerebrales en donde creía estar en mi lugar y actividad realmente de médico y además podía ayudar de forma clara y fehaciente. Había por supuesto muchos enfermos y familias agradecidas y eso seguía compensando los malos ratos de todo lo demás, pero no evitaban la ansiedad de cada mañana al llegar a la unidad y pensar con qué podría hoy encontrarme.
Al ser la unidad tan pequeña estábamos en ella muy próximos a los pacientes a diferencia de lo que sucedía en los grandes sanatorios, como en Conjo mismo, donde yo podía refugiarme en mi buen despacho de jefe de servicio lejos de los gritos de los pacientes y al lado de las bibliotecas y despachos administrativos. Así pude entender y valorar mejor el esforzado y cansadísimo trabajo de todo el personal de enfermería que realizaba sus siete horas seguidas de jornada laboral inmerso en aquel ambiente. Yo ya he dicho que en los últimos años llegaba el primero (de los médicos ) a la sala y me marchaba a las doce y media a la Facultad de Medicina donde tenía mi buen despacho, mis libros y mi máquina de café. Gracias a eso creo que pude sobrevivir. También, lo que es esencial para el equilibrio mental de un psiquiatra, porque al llegar a mi casa me encontraba la paz, la seguridad y el afecto. Un psiquiatra y he conocido varios, que no gozara de la paz y descanso de su casa no solo tenía a la fuerza que ser desgraciado si no también mal psiquiatra y además a la fuerza tendría que morir prematuramente.

4. Indumentarias y otros usos entre los estudiantes.
En los capítulos sobre Conjo ya he comentado la importancia que tienen las indumentarias de las personas porque a manera de hábitos delatan muchos rasgos de su personalidad e ideología; sobre todo, desde luego, del grupo cultural con el que se identifican, pues a eso sirve fundamentalmente el traje. También lo delatan evidentemente todo lo demás: los movimientos y actitudes; el lenguaje llamado subliminal; las formas de saludar comunicarse y estar con los demás; por supuesto, dichos, dimes y diretes.
Recuerdo nada menos que a D. Misael Bañuelos que todavía pude ver andando solemnemente por los pasillos de la Facultad de Medicina cuando él vivía sus últimos años antes de la jubilación y yo comenzaba mis estudios. Era ancho y fuerte sin ser grueso. No muy alto de estatura. Cráneo reluciente y pasos un tanto lentos e inseguros en aquella su edad avanzada. Pues bien ya me refería mi padre que por aquellos años en que él estudió (En 1929 terminó sus estudios) D. Misael se quejaba de aquellos estudiantes que empezaban a llevar “guayaberas” en vez de chaquetas americanas como se llamaban entonces y durante muchos años no los dejaba entrar en su clase donde exigía pantalón de paño, camisas blancas y corbata.
En mi época de estudios (1953 a 1959) mayormente seguíamos vistiendo con la chaqueta y el pantalón de paño y en invierno el abrigo tradicional – o gabán – como lo llamaba mi padre. Si hacía frío ¿Qué tipo de gorra usábamos? Pues prácticamente solo la boina. Los estudiantes ya no llevábamos sombrero – los profesores todos – y no existían salvo en algún snob ni las gorras tipo ingles o las de Golf americano. No llevábamos ni barbas ni bigotes.
Según mis impresiones personales no todo fue a peor. Al llegar a Valladolid procedente de Galicia y en concreto de Conjo a los dos años después de la transición, encontré que en Valladolid los estudiantes, en concreto los de medicina, vestían muchísimo mejor que los jóvenes, y sobre todo los estudiantes de Santiago. Allí, amen de lo contado respecto el personal de Conjo, los estudiantes todavía seguían llevando barbas al estilo K. Marx o desaliños al estilo Che Guevara. En Valladolid entre la plantilla de compañeros del departamento solo el Dr. Madrigal ostentaba aquellas barbas, que poco a poco fue estilizando. Los estudiantes en Valladolid iban también más limpios, con los cabellos mejor cortados y no muchos largos. Desde luego la chaqueta y corbata desaparecieron para siempre, excepto en alguna ocasión muy académica como en una lectura de tesis o oposición; claro que en estos casos ya no se trataba de estudiantes. Chicos y chicas siempre con el vaquero. Era lo universal. Muchísimos con zapatillas deportivas. La prenda superior: camisas más o menos variadas o jerseys según época del año. Con frecuencia meramente una sudadera. De vez en cuando, pero con tendencia a aumentar, la sudadera. En los últimos años se extendió la moda de dejar el ombligo al aire donde muchas mostraban una perforación con su pendiente. ( Me niego a escribir en inglés) También aumentaron los pendientes y perforaciones en la oreja, en la barbilla, o en el párpado. No recuerdo a ninguna que pudiera verse que lo llevara en la lengua. De lo que sucediera en otras partes más intimas desde luego no tengo ni idea. También fue aumentando para ir a clase o las cafeterías el uso chándal deportivo, cosa que ya había previsto yo en algún artículo de El Norte de Castilla en aquellos años. Hoy día por todas partes se ve como todo vestido el chándal para cada vez más ocasiones, como para ir al supermercado.
Otras llevaban unas cortísimas faldas de volantitos por encima de las mallas, con lo que indefectiblemente distraían al profesor en sus clases. Alguna tanto, que el profesor se divorció casándose con aquella alumna. No diré desde luego el nombre de aquel joven profesor, ni el fácil apodo que pusieron a la alumna. También estaban, están, en moda, pantalones vaqueros de pata muy ancha que así se pisan y deshilachan ocultando los zapatos y arrastrando el polvo y el barro. En fin poco a poco llegaban a la universidad las modas de los adolescentes que imitaban la indumentaria de los payasos del circo, según lo veíamos, al menos los mayores, con sudaderas con leyendas y motes, siempre en ingles, ( yo recordaba entonces los nobles motes de los escudos de caballeros medievales) pantalones con mil bolsillos a todas las alturas, entrepiernas bajas que hacían arrastrar casi hasta el suelo las anatomías posteriores y todo ello rematado por una de esas horribles gorras de golf colocada al revés; es decir, con la visera hacia atrás. Aun se añadió otra moda que supongo tendría que ser tan incómoda como aquellos corsés de nuestras bisabuelas: Unos zapatos con agudísimas puntas que recordaban a los que tradicionalmente se colocaban a las brujas de los cuentos. Ah, pero en cuanto a zapatos no iban los chicos a la zaga. Se puso de moda llevar zapatillas deportivas (mejor si eran de marca) tres o cuatro números mayores que el correspondiente al pie del sujeto. Entonces dejaban los cordones sin abrochar y al aire las abultadas lengüetas. 
Incluso en ocasiones de autentica fiesta; por ejemplo, los nuevos alumnos internos al recoger en acto solemne en la Facultad sus los títulos, las indumentarias no podían ser más variadas admitiéndose cualquier cosa. Recuerdo un acto de imposición de becas en mi querido Colegio de Santa Cruz en el cual el rector que presidía, prof. Sanz Serna, comentó con encanto afectuoso pero a la vez con cierta sorna, que se había entretenido en contemplar y comparar los distintos tipos de peinados de los y las alumnas, y hay que decir que más bien eran más diversos los de ellos que los de ellas. Unos al rape; otros largos etilo Beatels, otro con coletita torera, otros con melenita rizada, y todos, sin embargo, se advertía que se habían peinado bien y expresamente para la ocasión.
Desde luego ocurría un curioso fenómeno psicológico que no por mejor explicable proporcionaba, me proporcionaba, menor impresión. Los alumnos cada vez me parecían más jóvenes y en sus conductas me parecían cada vez más niños. Gritaban en la cafetería; se empujaban y chicoleaban en todo momento. Se besaban con frecuencia, tanto con efusión como en mera cortesía en su estilo. No era raro que una pareja, sin estar situada precisamente en un lugar aparte o discreto se manosearan con entusiasmo mientras ella se sentaba encima de las piernas de él. Anoté que nunca observé lo contrario, sobre lo cual medité con curiosidad dado mi interés por el cambio social y sus límites y condicionantes etobiológicos.
Precisamente los conocimientos etobiológicos me hacían comprender perfectamente lo de los besos efusivos y las sentadas sobre las piernas. ¿No son acaso el noviazgo y enamoramiento en sus etapas precoces, situaciones de estro, de celo, y de conductas obligadamente apasionadas que se desencadenan en cualquier momento en máxima concentración entre los implicados y en desatención total respecto todo lo que ocurre en derredor? ¿No es eso lo que observamos en toda clase de animales en los que es sabido que durante el apareamiento mismo disminuyen su capacidad de defensa y agresividad y cualesquiera otra pauta de conducta que es totalmente eliminada por la de “preliminares”? En más de una ocasión en las clases correspondientes comenté a los alumnos estos hechos y observaciones. Más yo me acordaba de nuestra época en la cual los afectos contenidos y por ello tanto más intensos, se expresaban en miradas y tristezas, en escritos y poemas o en escondidos lugares oscuros en el temor constante de ser descubiertos. En los primeros años de la posguerra incluso se publicaban en los periódicos los nombres de las parejas que habían sido descubiertos besándose en los parques de la ciudad. Etobiología también ¿o no? que en otras situación socio-cultural producía conductas y consecuencias tan distintas y diversas.

La cuestión bien se brinda para aun más profundas y largas reflexiones eto-culturales. En la época en que yo estudié y me formé, bajo los ideales cristianos que al fin y al cabo reproducían los grecorromanos ( Areté; Virtus), se conminaba al hombre a que superara sus residuos de instintos animales; estos incluso eran concebidos en términos de decadencias y caídas producto del pecado (original o no) o como vicios y faltas ( hibris) de los que cada individuo era responsable. Hoy día bajo las lentes del origen animal del hombre y de las llamadas y justificaciones a su naturaleza, más bien se vuelve a una visión rousseauniana, idílica y desde luego falsa, de las bondades del buen salvaje y de las perversidades de la civilización. En esta línea se ensalzan por ejemplo las culturas precolombinas y se critican las labores de aculturación europeas, y hasta ya en puro pasmo leo estos días un libro nada menos que de H. Küng,[1] teofilósofo todavía de moda por su talante contestatario, en el que muy seriamente compara el islamismo y el cristianismo colocando muchos elementos en igual parangón y otros aun en condiciones de inferioridad lo occidental y europeo. ¡Cómo si la mitad de la cultura europea no hubiera estado hecha en más de los últimos mil años como contrareacción y defensa contra el orientalismo y con él el Islamismo. ¡!Ay de la sal y de la levadura, si dejan de salar y de hacer fermentar!! De nuevo occidente en su intento de visiones holisticas, en su revisionismo constante y en su autoculpabilización histórica desde una visión relativista en la cual confunde los conocimientos con las creencias y los saberes, está en trance de desaparecer y de renunciar con ello a su imprescindible razón histórica de la cual dependerá la viabilidad del futuro de la humanidad.

5. Anécdotas. La Cometa. Desde casi niño yo he sido muy aficionado a toda clase de artilugios mecánicos. Relojes, motores, radios y electricidades, modelos teledirigidos…. sin que haya profundizado en ninguna cosa en particular. Entre estas aficiones, los objetos voladores como las cometas de las cuales he construido varias, alguna casi científica bajo el modelo prismático llamado americano. Solía hacer volar estas cometas en playas solitarias en el invierno de Galicia o en amplios prados de Navarra cuando jugaba por entonces con un amigo de similares aficiones. Pues bien, un día paseando por los alrededores del aeropuerto de Villanubla a donde me gustaba ir para ver los aviones – allí vi volar una vez al difunto Concorde - un papá con su niño intentaban volar una sencilla cometa comercial. Lo hacían muy mal. La cometa no se elevaba y el niño compungido miraba a su inexperto papá. No pude reprimirme y acercándome a ellos les rogué que me dejaran actuar a mí. Todo seguro de mí mismo extendí el sedal, tome carrerilla contra el viento y seguí corriendo mientras miraba al cielo donde la cometa se elevaba ya perfectamente. Pero ¡Horror! Mi subconsciente, o mejor dicho mi automatismo motor, creyó sin duda que yo estaba en una playa y no miré al suelo con que a los pocos pasos di estrepitosamente en tropezar con uno de aquellos peñascos de caliza que serpenteaban por el páramo. Justamente di con la frente en un resalte del peñasco y me abrí una tremenda brecha en la frente de la que por poco se libró el ojo derecho. Comencé a sangrar abundantemente….. no podía ver nada y el pañuelo pronto quedó empapado. El papá resultó ser una buena persona. Me metió en su coche junto a su niño y me llevó al Hospital Clínico donde yo con una cierta excitación, con el consiguiente dolor, con un tanto de susto y un mucho de vergüenza, entré en urgencias gritando: ¡ que soy de psiquiatría, por favor llamad a psiquiatría…!! Lo cual decía yo por ver alguna cara amiga en el residente de psiquiatría que estuviera de guardia y conseguir una atención, como se dice ahora más personalizada, dada mi pertenencia al corpus laboral del hospital. Pero en el servicio de urgencias lo tomaron al pie de la letra; es decir, pensaron que era un paciente de psiquiatría en estado que requería antes de nada atención especializada de lo mismo por lo cual avisaron a psiquiatría mientras yo seguía sangrando hasta que alguien se dio cuenta. Pero si es el Dr. Jimeno… Entonces ya me cosieron la brecha y me colocaron un rotundo apósito que cubría casi toda la frente. No estuve de baja. Aparecí al día y semanas siguientes con mi apósito sobre la frente y a quien preguntara contaba la verdad sobre mi travesura infantil que me trajo aquellas justas consecuencias por no atender tampoco a la naturaleza de mi edad y condición. Nada diré de aquello de la dignidad, pues es cualidad desaparecida.
No termina aquí la anécdota. El papá que tan bien me atendió, debió considerarse en parte responsable de mi pequeño desaguisado y todos los días siguientes preguntaba por teléfono que tal estaba y no solo eso si no que pasados unos días me visitó trayéndome un curioso regalo. Dos pedruscos del tamaño de dos puños: uno con relucientes picos de cuarzo y otro de mineral de cobre y de hierro. Resulta que era un aficionado a la mineralogía y me traía aquellas dos piedras en recuerdo de mi tropiezo con las idem. Creo que no he vuelto a tropezar con aquella misma piedra pero seguramente sí, con otras similares pues parece que ello es propio, como decía, de la naturaleza humana. Estas dos piedras reposan ahora junto a las llares de mi hogar abierto en la bodega de mi casa.

5. Inocentadas. Excepto en los muy pocos primeros años no había precisamente ambiente festivo en nuestro departamento. Se desintegró muy precozmente. En las reuniones oficiales de todo el equipo los lunes o de los lunes alternos más tarde, se trataban los asuntos meramente de trámite y notificación. Así que el personal del departamento se organizó en grupos y grupitos como describe la sociología de la empresa y dentro de ellos encontraba cada uno aquel cuantum de amistad, descanso y charla que tan frecuente como necesario es en toda empresa pero más en las de servicios, bajo las urgencias, tensiones y responsabilidades que son continuas en las profesiones sanitarias. Por lo tanto nosotros dentro de la unidad de agudos, siempre nos entendimos bien y en el café con el Dr. Madrigal como maestro aprendíamos sobre la fauna, la flora y la geografía de nuestro entorno en la cual era un experto.
Pues bien; se hizo costumbre que el 28 de diciembre los A.T.S. y auxiliares de la noche anterior construyeran sus inocentadas para los turnos que entraban al día siguiente. Yo me acercaba ese día a la sala esperando sorpresas y a veces con un punto de temor por si no sabia estar a la altura y a la empatía de las circunstancias. Lo más frecuente era que me untaran con vaselina el pomo de la puerta o el mango del teléfono. O que me cosieran las mangas de la bata, o que colocaran muñequitos de papel de periódico por diversos enclaves más o menos ocultos y sorpresivos del despacho. Pilar, Rafa y Begoña eran las más asiduas y expertas en este menester. Pero la broma más sonada la hizo el residente Manolo Franco que rellenó una falsa hoja de ingreso que leímos como verdadera en la reunión de primera hora y en la que describía un truculento paciente que había masacrado a su esposa y a la policía e incluso había lesionado las partes más intimas y centrales del personal de guardia y que estaba, desde luego, en aislamiento. Nos lo tragamos todos, o yo por lo menos, y nos acercamos con precaución al bulto en la cama-catafalco (es un decir) del cuarto de aislamiento. El paciente era un pelele construido hábilmente con almohadas y bolsas de basura y para celebrarlo lo llevamos al despacho y sentándonos a su lado Madrigal y yo nos hicimos una fotografía. En fin; en ultimo término todo bastante inofensivo; o sea inocente. Presento adjunta esta foto histórica.


6. Despedidas.
En la época que yo estudie no menudeaban los actos oficiales de la Universidad o Hospital. De la Universidad solo recuerdo las aperturas solemnes de curso. No existían doctorados ni concesión de títulos Honoris Causa. Los doctorados se otorgaban solo en Madrid y Barcelona, y títulos Honoris Causa no recuerdo se concediera ninguno durante los siete años que duraron mis estudios de licenciatura en los que residí en el Colegio Mayor de Santa Cruz. En el Hospital solo puede rememorarse la misa de los domingos en la gran capilla central que ahora es, (en el viejo hospital renovado como edificio de oficinas de la Diputación), ahora es Aula Magna de conciertos y eventos similares. Solamente en el Colegio Santa Cruz se conservaban algunas tradiciones, como la imposición de insignias y becas, concesión de distintos Vitores a fin de curso, y despedidas de las sucesivas promociones. Precisamente bajo esta costumbre aparece mi VITOR como licenciado y doctor con premio extraordinario en la arcada del patio y en la pared del claustro del Colegio.
Sin embargo en los últimos años, sobre todo durante el rectorado de Sanz Serna, se instauraron nuevas tradiciones tanto en las diversas Facultades y Escuelas, como en la propia Universidad. En la Universidad por ejemplo el día del doctor en el que se entregaban diplomas a los nuevos doctores cuyo número fue aumentando sin cesar. Así en 1993, el año en que se doctoró Natalia a ella misma la correspondió dictar la lección breve sobre su tema de investigación de su tesis doctoral titulada: “Estudio Clínico y Psicopatológico-estructural de las psicosis delirantes, especialmente tóxicass”.
Así también se entregaban insignias de plata tanto en la Universidad como en el Facultad a los que cumplían 25 años de servicio; las de oro, amen de una bella placa de plata al momento de la jubilación. A todo ello se añadían las despedidas del Colegio de Médicos también en la jubilación. Y por si fuera poco unos años antes – en 2003 – había celebrado las bodas de oro también de terminación de mis estudios de bachillerato en el Colegio de San José de los jesuitas de Valladolid, donde me eduqué durante, nada menos, 11 largos años y que está situado cerquísima de la Facultad de Medicina y enfrente del Colegio de Santa Cruz.
Así que estos últimos años menudearon los actos en que recibí, como los correspondientes compañeros los homenajes y recuerdos de la despedida de unas y otras instituciones. Tengo todos los diplomas, insignias y fotos, pero me resultaría difícil consignar todas las fechas exactas de una y otra celebración por lo que describiré solo algunos detalles o recuerdos.

Los 25 años de servicio. Año 2003.
En la universidad se celebró el día de Santo Tomás con un acto solemne en el nuevo paraninfo del Centro Conde Ansurez situado al lado del Hospital Clínico. Un aula magna enorme con un precioso techo de madera que semejaba la quilla invertida de un barco. Decoración en tonos modernos verde oscuro y negro. Cuenta este centro de congresos de otras salas más pequeñas donde he asistido a diversos eventos como el año 2006 a la celebración de los 150 años de la concesión del Premio Nóbel a Ramón y Cajal… pero me estoy desviando del tema. Presidido por Sanz Serna, rector a la sazón, me entregaron junto con los demás compañeros implicados, la insignia de plata de la universidad y una preciosa y grande medalla de plata con su escudo y armas. Me acompañaba mi esposa y mis hijas de Valladolid. En la obligada actuación del coro universitario y el estupendo vino de honor que siguió después nos acompañaron en esta ocasión Diego[2] y su familia haciéndonos reír su hijo Cleto, que ya atisbaba las maneras de tuno de su padre. No sospechábamos entonces que Diego, hijo de entrañables amigos y a la vez amigo, fallecería en trágico accidente dos años después. 
En la Facultad de Medicina de forma semejante pero el día de San Lucas me impusieron la insignia de plata de la Facultad junto los compañeros que presento en la foto en la que me entrega la insignia de la Facultad el decano profesor D. Santiago Rodríguez. Es tradicional ya esta fiesta en la que se reciben además a los nuevos alumnos internos y rememoramos la vida de esa Academia de Alumnos Internos a la cual hemos pertenecido casi todos los profesores que han estudiado en Valladolid. Comienza por una misa en la grandota iglesia de La Magdalena, fundada por D. Pedro de la Gasca, el pacificador y virrey del Perú y que ostenta, dicen, en su fachada el escudo más grande de España. Luego el Acto Académico en el Anfiteatro López Prieto El discurso de despedida suele ser critico y en esta ocasión no logro recordar quien habló, pero sí que pidió vehemente al rector comprensión para las singularidades de la Facultad de Medicina y de la plaza vinculada en la que todos nos sentíamos como en tierra de nadie o como decía un amigo – Macias – la universidad que es nuestro patrón nos había vendido o había vendido horas de trabajo a la Seguridad Social. Después del acto académico es también tradición la comida de un cocido en la misma cafetería de la Facultad. Suele estar muy concurrido y acuden jubilados de años anteriores constituyendo ocasión de saludos y recuerdos.

Despedida por jubilación. 2005:
En la Facultad de Medicina. De nuevo el día de San Lucas y y con el mismo ritual nos entregan la insignia de oro de la Facultad. En esta ocasión preside el Consejero de Educación de la Junta de Castilla y León, Prof Guisasola, que había sido también rector. El acto dentro de su solemnidad es entrañable y sencillo. Nos despidió el Prof. Beltrán de Heredia. Nos llamó mucho la atención la magnifica presencia y la magnifica intervención de la presidente de la Academia de Alumnos Internos. En estos tiempos de debilidad y alabanza de la mediocridad políticamente correcta se permitió ensalzar la excelencia al decir que los AAII eran los mejores y la élite de la Facultad y que eso obligaba al trabajo y a producir frutos a los nuevos alumnos. Agradeció la labor y apoyo de los profesores y nos arrancó unos largos y sonoros aplausos. Reseño también una anécdota: En su intervención pidió directamente al consejero que presidía una subvención para poder publicar la revista Clínica de la Academia en color. El Prof. Guisasola se dio por aludido concediendo ipso facto la ayuda y comentando que nunca jamás se había satisfecho tan rápidamente una demanda académica. La presidente de la Academia cuyo nombre lamento no recordar nos había conquistado a todos.
En la Universidad. 25 de Enero de 2006. En esta ocasión se celebró el acto en el Paraninfo del Edificio de la Facultad de Derecho. Había que subir al estrado muy cuidadosamente a recoger la placa de la Universidad y su insignia de oro. Una preciosa placa en plata con el agradecimiento de los servicios prestados y que ahora está expuesta en la cómoda de nuestro dormitorio. Una insignia de oro que ahora llevo con frecuencia alternando con la que llevé en exclusiva tantos años: La insignia del Colegio Mayor Santa Cruz. ¿Porqué subir tan cuidadosamente al estrado ? Sucede que la presidencia del acto es numerosa y la mesa presidencial por ello larga. Sin embargo la tarima que corre por delante es más corta que la mesa por lo que al borde de dicha tarima a donde el homenajeado ha de subir para estrechar la mano a toda la presidencia, en el extremo, quiero decir, la tarima se termina a uno y otro lado y los distraidos y ya no jóvenes pueden caer casi en el vacío. Así hace unos años nuestro buen amigo el Prof. Carlos de Miguel se rompió algún hueso al recoger su placa de jubilación. No sé si se habrá ya subsanado tamaña trampa. Subconscientemente se sospecha que quizás la intención de esta disposición es a la vez taimada y evidente.
En el Colegio de Médicos. 26 de Mayo de 2005. También el Colegio de Médicos recuerda y homenajea a los que obligadamente se despiden. El acto se celebró en la sede del Colegio, calle de la Pasión. Allí me encontré con otros dos compañeros de promoción que tan poquísimas veces he saludado en todos estos últimos años a pesar de vivir todos en Valladolid. Ciro Crespo Cortejoso, y E. Castro Lorenzo. El Presidente del Colegio Prof. D. Miguel García Muñoz nos entregó la insignia de oro del colegio de médicos y un diploma enmarcado agradeciendo también servicios prestados y el nombramiento de Colegiado de Honor.
García Muñoz era grueso, de sonrisa contagiosa, excelente dermatólogo como saben por experiencia varios miembros de mi familia que recibieron sus tratamientos y cuidados. Parecía ya presidente vitalicio del Colegio pues años tras año ganaba las elecciones con su equipo en el que estaban otros buenos amigos. Con él el Colegio impartió cursos MIR; celebró infinidad de actividades de formación pero también de tiempo libre para esposas e hijos de médicos y excursiones y creo que fue también durante su mandato cuando la revista del Colegio AXIS, adquirió una estupenda edición y formato. Se le permitía una pequeña vanidad, como me comentó un día el director de AXIS, el Dr. Garcia Tejeiro: Debía encantarle aparecer en fotografías y efectivamente en cada número de la revista aparecía un mínimo de tres o cuatro veces con ocasión de los diversos actos del colegio. Así podéis verlo en la foto adjunta, dándome la mano. Y escribo todo esto porque al año siguiente falleció repentinamente en los quirófanos del propio Hospital. Que en Paz Descanse. 
Para esta ocasión tuve el gusto de que me acompañaran también mis tres hijas. El discurso de despedida muy interesante. Habló precisamente un hijo de Leopoldo Cortejoso, escritor médico de generación anterior a la mía. Tema: Los antiguos hospitales de Valladolid.

Despedidas en el Hospital. También el Hospital ha institucionalizado diversas despedidas. La más oficial la organiza la dirección y gerencia. El Gerente, Dr. Fontsaré, me encargó amablemente que dijera yo las palabras de despedida por cuenta de los médicos que se jubilaban. Hice un pequeño guión cuyo borrador arrugado he encontrado en la chaqueta que utilicé para la ocasión, una de esas chaquetas, casi de gala, que hoy no se utilizan para casi nada.
Comencé agradeciendo el encargo para afirmar en seguida que no caería en el eufemismo de decir que no nos habíamos merecido el homenaje; todo lo contrario: Todos habíamos trabajado duro y nos habíamos bien ganado nuestra jubilación. Recordé que trabajé en el Hospital y en concreto en la sala de psiquiatría desde su misma inauguración; que procedía de un Hospital Psiquiátrico o manicomio y que mi satisfacción fue enorme al encontrarme en un Hospital Universitario con compañeros de otras especialidades y con un tipo distinto de pacientes. Sin embargo, continué diciendo, en los últimos años aumentó terriblemente la presión asistencial debido a exigencias tanto de los pacientes como de las obligaciones de la administración con los controles de estancias, gastos, documentación etc. No quise pasar por alto comentar la siempre difícil coordinación de las actividades en el Hospital con las de la Facultad y que parecía no tener solución. A ello se sumaban las ineludibles dificultades personales y de la vida. Así que, volvía a decir, bien merecido nos tenemos este homenaje que agradezco en nombre también de todos los compañeros que se jubilan conmigo. Nos dedicaremos mientras podamos a otras actividades e intereses, pues la vida es acción, si no lucha. Dediqué también un recuerdo para los compañeros fallecidos que desgraciadamente no pudieron llegar a este momento y que simbolizo en los nombres de los Drs. J.L. Rubio, Sanchez Vicente, y Luis Barbosa. Terminé felicitando a todos la Navidad.
( próxima a la fecha de esta celebración)
El regalo institucional es una pequeña estatuilla que remeda el edificio del Hospital con sus dos características rampas de acceso a la planta baja y que forman también el logotipo del Hospital. Precisamente yo formé parte en su día de la comisión que seleccionó este logotipo mediante un concurso público al que se presentaron cientos de modelos. 
Después, como siempre, un abundante vino de honor con tortillas y embutidos durante el cual charlé sobre todo con el Prof. Landinez según recuerdo. Como la plantilla del hospital es enorme – me parece que unas 1500 personas – todos los años se jubilan muchos de los diversos estamentos. Este año me dijo Fontsaré se jubilaban 46 personas. El acto se celebraba en el Aula Misael Bañuelos y el ágape en una de las aulas adyacentes.
Despedida en el Departamento de Psiquiatría. Es también costumbre que en el ámbito más íntimo de los diversos departamentos o salas se celebren encuentros y despedidas. La última anterior a la mía fue la de nuestro entrañable y difícil Secretario Sr. Carmona de quien ya he hablado. Mi despedida se celebró en los últimos días de Setiembre; dos o tres días antes de mi último día de trabajo. La costumbre pide que el “jubiloso” encargue un buen aperitivo de canapés, tortillas, embutidos, pastelitos, diversas bebidas etc. al que se invita a todo el personal del departamento que uno con otro ronda las 40 personas, comenzando por los 16 residentes…. Se ofrece en el cuarto-leonera de los residentes que es el más grande aunque no despejado pero sí despejable de la planta de psiquiatría. Acudieron, creo, todos los médicos del staff. Unos más efusivos que otros. Besos y dar la mano. Una persona se comió sin embargo los canapés y a mi no me dijo nada. Que la historia la perdone. El Jefe del Departamento habló muy bien recordando nuestra amistad o conocimiento desde nuestros estudios del bachillerato en el Colegio de San José. Contesté en el mismo tono.
Despedida de amigos y colaboradores de la Unidad 11 Norte. Esta fue para mí la despedida más entrañable. En Noviembre de 2005; es decir, unas semanas después de mi ultimo día de trabajo el personal de la sala encabezado por Madrigal y la supervisora “Montse” me ofrecieron en el Restaurante El Zagal, ( uno de los mejores de Valladolid) una comida de despedida. Vease la foto. Acudieron varios residentes, como Cristina Bombín; Pilar de Andres, Carlos Fernandez, Rocio, Carolina…... Médicos del staff, además de Madrigal, Gemma, Mª Angeles, - asistente social- y la mayoría de los más entrañables y antiguos ATS y auxiliares. Me regalaron un espléndido reloj Maurice Lacroix, con la fecha de mi jubilación: 30 de Setiembre de 2005. Nada mejor para mi gusto, pues seguramente conocían mi afición por relojes y plumas, aparte que suele ser lo habitual: el regalo de un buen reloj. Sé que contribuyeron al reloj muchos más de los que asistieron a la comida.
Fue agradable y emotivo de verdad – veanse las fotos – aunque yo permanecí sereno por dentro y por fuera. Yo contribuí, como también es habitual, sufragando el cava.

7. La última clase. 31 de Mayo. Recuerdo muy bien que en las universidades alemanas la primera y la última clase de un profesor son actos solemnes en las que el profesor con esmero en uno y otro caso prepara alguna lección especial que casi siempre se entiende que ha de tratar de algún aspecto humanístico, como ético o histórico o artístico, de su especialidad. Esta tradición sin embargo no existe o no se ha recuperado, si es que existía antes, en nuestra universidad y creo que sí seria conveniente y sí que existe un cierto interés o deseo para ello en este marco de recuperar o inaugurar tradiciones. Recuerdo que durante mi estancia en Giessen en el Departamento de Fundamentos de la Ciencia de Kanitscheider, un nuevo profesor accedió a la cátedra y que dio una preciosa lección, aunque compruebo con cierto dolor que no recuerdo cual fuera su contenido. Entre nosotros precisamente García Muñoz hizo un atisbo de última lección solemne. Lo anunció por la Facultad y Hospital y en este caso bien recuerdo de qué trató: De la iconografía en la pintura de lesiones dermatológicas. Un precioso tema. Debieron asistir sus discípulos más íntimos. Yo no asistí, pero ahora la siento aunque la excusa del mucho trabajo – y del cansancio acumulado - siempre podía ser válida.
Así que en mi caso tampoco había lección última de alguna solemnidad que valiera, pero yo era muy consciente de esa mi última lección como profesor en activo y así lo dije a los estudiantes. Correspondía la clase a uno de los dos grupos de Psiquiatría en el aula 9 en la primera planta de la Facultad. Recuerdo muy bien el tema. Psicoterapias. Este largo tema se desarrollaba en dos lecciones del programa, pero no dio tiempo a explicarlo al grupo del aula 8, ya que nos íbamos alternando dos profesores en uno y otro aula, ya que las clases para los dos grupos eran a la misma hora, pero en aulas diferentes. Ocasionaba un problema a veces muy complejo de coordinación.
Son temas que me gusta explicar, entre otras cosas porque me recuerda mi metedura de pata con un paciente a quien quise tratar con psicoterapia – y yo practicaba sobre todo la técnica de logoterapia de _Viktor Frankl - que describía los síntomas del ataque de pánico como en un libro pero que yo siguiendo las rutinas de entonces, interpreté como meramente neurótico funcionales; por no decir histéricos, intentando tratarle con la cháchara habitual. Creo que esto del Trastorno de Pánico es uno de los diagnósticos innovadores útiles que nos trajo el DSM. A pesar de lo que se dijo tantas veces después, que López Ibor en su Angustia Vital ya había descrito esta”angustia endógena”; la verdad es que él ni precisó el cuadro clínico ni el libro remitió a diagnósticos y tratamientos de interés. Todo quedo inmerso en el discurso prolijo de aquellos años en los que la psiquiatría era en gran parte literatura y las teorías de las neurosis con Freud y secuaces al frente, tanto más. La comprensión de estas crisis de angustia desde la etobiología me produjo en estos años posteriores de Valladolid singular agrado y hacía fácil la orientación general que intentaba dar a todos los cuadros clínicos: Su comprensión desde un punto de vista evolutivo biológico, posición, desde luego que está hoy muy de moda, pero que creo vislumbré yo y acepté bastante antes de que estuviera de moda. Tengo algún trabajo sobre el tema, en las páginas de psiquired donde aparecen estas memorias y donde también pueden leerse estupendos trabajos de Sanjuán o de Traver bajo esta orientación.
Bien; pues preparé la clase muy bien e intenté darla un cierto tono teatral. Intenté grabarla en uno de esos malditos dispositivos MP3 ya tan pequeños que escapan a la visión de quien ha leído y visto mucho, pero no funcionó.
Insistí en primer lugar en lo que ya advertía siempre al comienzo del curso: la utilidad de la psiquiatría para la propia orientación y prevención de la vida de cada uno. Que no olvidaran, que el verdadero arte de la vida consiste en hacer con gusto aquello que tenemos que hacer, porque así conseguiremos que la obligación se transforme en afición y que la libertad es solo legitima para quien sepa utilizarla para el bien. Así espero, dije, que hayan aprendido cuántas enfermedades psíquicas y aun más desgracias, infelicidades y tragedias, se deben a la juerga, a la ambición excesiva o al vicio.
Les desee suerte y éxito tanto en lo profesional como en la vida y por ultimo dije que no temieran que les contara más batallitas y que en este mi ultimo año y ultima clase en ejercicio de profesor me mi iba a mi casa a ocuparme con otras tareas y que me iba con tanta alegría como cuando vine a la Universidad, hacia ya 27 años,
El caso es que tuve la enorme satisfacción de que los estudiantes espontáneamente me aplaudieran fuertemente y que el aplauso se escuchara por las clases inmediatas. Se comentó bastante y yo interiormente, que no me inhibo de presumir de plumas propias, me dije que lo tenía merecido, pero que conste que es bien difícil conseguir que nuestros jóvenes alumnos, de temperamento tan adolescente, consigan emocionarse por un tema académico. Me sentí muy feliz.
8. La ultima guardia. Debió ser dos o tres días antes del 30 de Setiembre. Eran unas guardias llamadas localizadas, que en general daban poco trabajo. Solo recuerdo que hubiera tenido que acudir al hospital por la tarde o fuera de hora en estos últimos años dos veces. En una ocasión porque me llamó el juez de guardia. Un enfermo se había parapetado en una habitación de su casa y los familiares pidieron auxilio. Acudimos con los bomberos y con la policía municipal que es la responsable de casos similares en la ciudad. Esta situación es la más peligrosa. Un paranoide parapetado en su habitación. Nunca se sabe si posee armas o si está decidido a matar o que tipo de delirio le anima. Yo pienso y conmigo muchos colegas, que esta situación es una situación de orden público pero no una situación asistencial médica; de todas formas la primera regla es obedecer al juez sin rechistar. Así que me desplacé hasta la casa y me aposté delante de la habitación. Se suponía que yo debía hablar al paciente, a quien no conocía, e intentar disuadirle de su actitud y que abriera la puerta. Mas la regla anterior a la primera, como yo enseñaba a los MIR, es protegerse uno mismo. Por eso no me situé delante de la puerta propiamente dicha, que es siempre frágil y penetrable por balas o palanquetas, sino detrás de la pared, donde los ladrillos se suponen brindan más seguridad. Le hablé lo más melifluamente que pude estando convencido de que no serviría para nada. Entonces hay que aplicar la regla siguiente que consiste en hacer como que se hace lo más posible, pero siguiendo con guardarse ante todo las espaldas. (Ya sé que todo ello puede no parecer bien ni honrado, pero téngase en cuenta que mi profesión es ayudar a quien se deja y quiere ser ayudado) Reglas siguientes son lo que yo llamo la extensión del conflicto. Hay que recordar ese juego infantil de “Tú la llevas” No hay que quedarse con la pelota en el propio tejado. Así que se llama y avisa a más gente… Son reglas que valen también para esa situación dramática no infrecuente en las guardias en las que una persona desesperada llama por teléfono y dice que se va a suicidar o a incendiar la casa o lo que sea. Hay que llamar a todo el mundo: Dirección; Juez; policías de diversos tipos; protección civil; Cruz Roja…. Lo fundamental es, en caso de catástrofe, poder decir al juez, Hice lo que pude. Y lo peor es, por supuesto, la inacción o la denegación de auxilio. Al paciente del caso que describo hubo que sacarle por la ventana accediendo a la misma los bomberos con su escalera. En caso similar otro colega del mismo clínico se extralimitó, creo yo, y se arriesgó a salir al tejado por una claraboya. Yo desde luego no lo hubiera hecho. Así que la guardia se firmaba en la zona de urgencias; era costumbre – a temporadas- visitar con el MIR a los ingresados en urgencia. Y respecto a guardia localizada siempre decía a los MIR que permanecían de presencia en el Hospital que lo difícil y arriesgado era no ingresar a un paciente por lo que a la mínima duda aconsejaba que ingresaran.
La otra ocasión que tuve que acudir fue para firmar un certificado de defunción…. Creo que nada más, pues el día del incendio estaba el Dr. Porras de MIR y Dra. Carmen Ballesteros localizada. 
En esta última guardia no tuve que hacer absolutamente nada. Recordaba eso sí mi primera guardia “ überhaupt”; es decir mi primerísima guardia. Fue en el Hospital Viejo a raíz de ganar con el numero uno mi oposición a alumno interno adscribiéndome a la clínica de Medicina Interna (solo he hecho dos oposiciones en mi vida. En ambas aprobé; en ésta con el número uno en la otra de profesor titular con el último numero. Como estas memorias comienzan ya prácticamente con el ejercicio profesional poco he dicho de mis años de estudios.) El Hospital era infecto. El cuarto de guardia una especie de recoveco sucio siempre de vomitados, porque una costumbre de las guardias era que se bebiera (bebían otros; pues yo era y soy prácticamente abstemio) Quizás era necesaria esa bebida para superar el miedo que pasábamos. No solía estar presente en el Hospital el médico de guardia (que era un cirujano solo que solía estar jugando a las cartas en un bar localizado pero que había que ir a buscar o llamar) Las urgencias eran todas dramáticas. O paciente comatoso o herido, en general, de arma blanca, muy frecuente en Valladolid. Tráficos no había pues apenas había automóviles. Al llegar el paciente, el portero hacia sonar un timbre gigantesco que se oía en todo el hospital. Ni “busca” ni teléfonos y bajábamos corriendo dispuestos a todo. Después de los primerisimos auxilios en un infecto también quirófano de guardia, la terrible misión del alumno interno (equivalente funcionalmente al MIR actual) era ¡!“manejar la anestesia”!! Se colocaba una mascarilla y se dejaban caer en ella poco a poco gotas de cloroforma o de éter. Si el paciente se movía o quejaba se echaban más gotas, si el paciente callaba….. casi era peor. Además había que tener cuidado de no anestesiarse uno mismo por las emanaciones que salían libremente de la mascarilla. Un trauma gordo supuso mi primera guardia. Era obligado comprar un garrafón de vino e invitar a todos los alumnos internos. A mí siempre las juergas carnavalescas me han dado asco, así que vomitamos todos como era lo obligado. Unos por el vino; otros por el asco.) Sí; Ahora tengo que recordar que un inteligentísimo compañero de curso y que sacó el numero dos en las oposiciones a AAII falleció prematuramente por cirrosis…. Me quedo con las ganas de escribir aquí su nombre pues un defecto no borra otras muchas cualidades, peero por respeto no lo escribiré.

9. Mi ultimo dia. 30 de Setiembre de 2005.
Fui muy consciente en todo caso, que comenzaba mi último día de trabajo. Había decidido que dejaría también la consulta “privada” del ICIME. El viaje desde el pueblo donde vivo a la Facultad como siempre congestionado y con retenciones en las Rotondas. El aparcamiento en el Hospital al que se accedía mediante una tarjeta, precario: Obligaba a ir muy temprano para asegurar la plaza. Hice lo de siempre: la reunión en la que recordé que era la última y deseaba a todos suerte. En el “corcho” de enfermería dejaba un poemilla de recuerdo, que aun en su insignificancia había escrito con todo cariño y reprimida emoción. Lo podéis ver como apéndice de este capitulo. Cafetería; charla con algún MIR…. Rotaba conmigo como ultima MIR una persona silenciosa a quien ya no llegué a conocer más: No olvidaré el nombre, que tampoco escribiré aquí, ni su aspecto agradable salvo la expresión. Este día último estaba de guardia así que estuve solo en el despacho. Pacientes cuatro o cinco, pero solo recuerdo dos de quienes me despidiera por más conocidos: Un obsesivo grave, como todos en general, correctos y agradecidos. Una paciente, antigua enfermera del Hospital, a quien había tratado desde hacia muchos, muchos años, también agradecida y amable. A ambos les daba de alta ese día. Yo había ido llevando en los últimos meses, poco a poco, libros y documentos desde el despacho del Hospital al de la Facultad donde sabía que podría mantener el despacho bastante tiempo. – Aun lo tengo - Aun así dejé infinidad de libros prospectos y sobre todo formularios y las cartas y oficios administrativos de los últimos tiempos colocados en grandes montones, pues ya no cabían en mis carpetas del archivador metálico. Ahora lamenté no haberlos recogido también pues la mayoría procedían del jefe de Departamento y daban cuenta de normas, advertencias y cambios además de infinitos recortes de periódicos, observaciones, fotocopias etc. que yo iba colocando en orden cronológico de forma que cuando el montón era excesivo eliminaba los de la parte inferior.
A las enfermeras, los compañeros y todos los demás ya había despedido de distintas maneras en los últimos días como he contado, así que lentamente y con la bata puesta di un último adiós al entrañable compañero de fatigas Dr. Madrigal, y me deslicé al ascensor. Hice unas fotos al coche aparcado y al hospital en cuyo piso más alto se divisaban las rejas de las ventanas que denotaban la unidad de psiquiatría. Suspire hondo en tremendo alivio.
Contemplé luego el magnifico y nuevo edificio del Instituto Biología Molecular que tenia que rodear para llegar a la Facultad. Me congratulé de que podía sin duda compararse con aquel primer Instituto de Investigación pura al que accedí reverencialmente en Munich hacía 45 años!!! Mucho había prosperado España. ¿Habría yo contribuido a ello con algo? Me encogí más bien de hombros. Otros tendrían que decirlo. En todo caso podía marcharme con la conciencia tranquila. No era sin duda un vago; no solamente trabajé hasta los 70 si no que por privilegio de profesor que podía voluntariamente terminar el curso en el que cumplía la edad reglamentaria, trabajé desde Febrero (el 17 mi aniversario) a Setiembre otros 7 meses más, aunque estuve de baja como un mes – no lo he contado - por una intervención en sí banal pero latosa y molestísima. Me había servido para familiarizarme con la situación.
¿Que si me daba nostalgia, dolor, depresión o cualquiera otra emoción negativa? ¡Oh No!. Estaba ya completamente quemado. No soportaba los gritos, las violencias, los jaleos cotidianos de los pacientes; pero tampoco el ruido de la cafetería (eso es lo que soportaba de todas formas mejor) ni los improperios en las sesiones clínicas; ni el MIR remolón (eran los menos, pues conservo de casi todos excelentes recuerdos y afectos) Eso sí; no tenia casi nunca dudas para hacer un diagnostico o un tratamiento y era capaz de resolver rápidamente y bien cada caso y cada exploración. Me decía en broma a mí mismo que la experiencia me rebosaba ya por las orejas, lo que no quiere decir que estuviera satisfecho de la psiquiatría que hacia o que se hacía.
Me iba a casa con enorme ilusión y con muchos proyectos, entre otros dar fin a estas memorias o recuerdos en los que cristalizarían tanto mi sentido histórico, mi afición a las letras y el quantum de narcisismo que todos tenemos y más quienes no gozan de las cualidades del contacto y empatía fáciles. Disfrutaba ya con tener a mi disposición todo el tiempo y recordaba el agradecimiento que expresaba Schopenhauer a su padre porque le había proporcionado los medios económicos para no tener que trabajar y así poseer y disponer de todo su tiempo, tal como ahora yo esperaba poder disfrutar pidiendo a Dios o a quien fuera responsable, que me concediera al menos tres años en paz y salud.
Esta dedicatoria aparecía en el prólogo de su obra principal “El Mundo como Voluntad y Representación” que yo había estudiado asiduamente de joven junto con otra obra más afín a mis palabras de mi ultima clase: “Parerga y Paralipómena; Aforismos para la Sabiduría de la Vida. En hoja aparte dentro de este ultimo libro y con fecha de 1956 que por muchos motivos fue uno de las años cruciales de mi vida en lo intelectual y en lo afectivo, encuentro hoy con sorpresa una traducción mía de esta dedicatoria de Schopenhauer a su padre y que bien merece transcriba aquí por ser un canto radical y a la vez emotivo de la libertad en el seguimiento de un trabajo querido y valioso. Con ella terminaré esta parte quinta y penúltima de estos mis recuerdos.(1)

(1) Nota. Piis patris manibus. Te debo, padre, el haber podido dedicar mi vida al servicio de la verdad sin tener que llegar a ser un mártir. Si pude seguir mi inclinación hacia el estudio, la meditación y las investigaciones sabias sin verse por ello obligado a padecer, mendigar o arrastrarse, sin sucumbir a la tentación de rebajar la filosofía hasta hacerla instrumento de los intereses vulgares, sin tener que someter a estos intereses mi doctrina, en fin, sin tener que llegar hasta venderme a los satélites del oscurantismo, a los tartufos y a los santurrones! Si mi destino no ha sido tener que afrontar mediocre y servilmente una lucha desigual, si siempre he podido levantar orgullosamente la cabeza y seguir el ejemplo de Voltaire. “Apenas vamos vivir dos días; no vale la pena, pues pasarlos arrastrándonos a los pies de bribones desagradables”; si mi frugalidad, que de buen grado me hizo renunciar a toda otra ventaja que no fuera la libre disposición de mi mismo, me aseguró, al menos, esta libertad toda mi vida, de tal modo que cada mañana al despertarme he podido exclamar: ¡“el día de hoy me pertenece”! Si la absoluta indiferencia de mi compatriotas ante el espectáculo de mis esfuerzos no pudo colocarme en estado de no poder acabar la obra a la cual estuve en condiciones de dedicar mi vida entera; todo ello y tantas y tan grandes cosas a ti solo y no a ningún otro las debo que a ti en este mundo, mi inolvidable padre y, tal como habías previsto, cada día te doy gracias por ello.
Nam Caesar nullus nobis haec otia fecit
Ocupa, por ello, en adelante esta plaza de honor al frente de mi monumento como recompensa a tu mecenazgo. Que cada hombre a quien mi obra ofrezca alegrías o enseñanzas, sepa, que esta obra pudo ver la luz tanto por ti cuanto por mí y que por lo tanto, tu nombre, debe ir unido al mío hasta donde éste sea capaz de ir. ¡Y esto es lo mejor que puedo hacer para remunerar tan considerables beneficios como de ti he recibido.

A este brillante alegato apostillaba yo hace esos 50 años: “ No obstante el problema tiene muchos aspectos. Mantener una tensión espiritual durante toda una vida es virtud para quien el trabajo es redención, solo por el hecho del trabajo. Podemos gozar de los ratos del ocio o de esa felicidad del descanso racional en el que el tiempo es plenamente nuestro, como toda la vida de Schopenhauer. Por ello la formula de Sch. no es aplicable a cualquiera.”
Hoy he intentado leer al menos una página de lo que Sch. llamaba su obra principal: Un enorme tocho de 500 páginas. Es completamente infumable, ello no empecé el bello alegato de agradecimiento a su padre que desde luego puedo hacer yo también respecto el mío

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